Al compañero Salvador Allende y A las y los compañeros caídos en combate por la emancipación de la humanidad…
A cincuenta años del golpe de Estado y a cincuenta y tres del triunfo electoral de la Unidad Popular, nos conduce a reflexionar con mucha seriedad sobre la historia, la memoria y la política que son nuevamente interrogadas por las revoluciones sociales empujándonos a continuar preguntándonos por la lucha de clases y por las problemáticas que ellas suscitan con un importante trasfondo económico, social, político y cultural desde el presente y con perspectivas de futuro.
Los años setenta en Chile fueron los de un proceso social y político, que distintas fuerzas y analistas discutían si se debían caracterizar como situación revolucionaria o prerrevolucionaria. Si bien esto hoy no se recuerda públicamente, es central: el coeficiente transformador de la política anticapitalista en Chile y el mundo durante ese periodo, se presentaba como una posibilidad real de la transformación radical de nuestra sociedad. Había un fuerte movimiento de masas que irrumpió en la escena sociopolítica. La clase obrera, los pobladores y sus organizaciones se habían aliado en contra de las clases dominantes representadas por una poderosa oligarquía terrateniente y financiera. Se ocuparon las fábricas, se hicieron corridas de cercos y se tomaron tierras. Todo fue producto de un largo proceso de autorganización y de mucho trabajo que se plasmó en comandos comunales, comandos campesinos y cordones industriales, levantando la consigna de “crear poder popular”. Y sí, había contradicciones y divisiones en la izquierda entre la apuesta pacífica “Vía chilena al socialismo” y la lucha insurreccional que se proponía levantar el poder popular, pero al mismo tiempo la burguesía declaraba la guerra contra los que llamaba “rotos alzados” que pretendían salir de sus campamentos subiendo a los barrios “altos” de la capital de las grandes ciudades para ensuciar sus calles y sus plazas.
El denominado golpe de Estado cívil-militar del 11 de septiembre de 1973 y la barbarie desencadenada contra el movimiento obrero y las organizaciones que participaron activamente en el proceso de radicalización y conquista de sus reivindicaciones democráticas, no se puede comprender sin el precedente que entrega la Unidad Popular (1952-1970) y que le otorga su justificación ideológica, reforzando el postulado –arraigado en el corazón de la Doctrina de la Seguridad Nacional- del “peligro marxista” que había urgentemente que extirpar -como se elimina un cáncer- para así “exterminar al enemigo interno” que hoy reaparece en lo que somos todos nosotros todas nosotras: enemigos y enemigas. Entonces, el golpe no es sino el nombre para un proceso contrarrevolucionario, cuya escala da cuenta de la amenaza que la Unidad Popular significó contra el orden social, político y económico de la clase dominante en Chile.
Sí, “Allende Vive”. Qué duda cabe. Es el doctor, es el Chicho, el compañero presidente, el tata, el papito a quien le escriben niños y niñas que terminan sus cartas dibujándoles flores. Es Salvador Allende Gossens. Es una multitud en un solo hombre cuyo legado político ha marcado de manera indeleble y para siempre la historia, la memoria, la política del siglo XX y XXI junto a estos homenajes populares manifestados en tantas cartas de cariño: “Tu no me conoces porque cuando tú te fuiste yo solo tenía unos meses de vida (…) no hay odio en mí pero si angustia, porque duele ver como se escupe a la verdad y a la justicia”[1] O bien: “Compañero Chicho tu recuerdo vivirá en el corazón del pueblo porque con los más humildes y desprotegidos siempre fuiste leal”. Pero hay más. La gente le pide ayuda, lo quieren abrazar, le expresan que lo admiran y que quisieran ser como él, le narran sus tristezas, le hacen mandas y le piden milagros, y cuando estos se cumplen, le agradecen y prometen regresar siempre. Muchos son los jóvenes que lamentan no haberlo conocido y otros le piden conseguir el amor. Esta apropiación popular de su figura puede ser entendida -más allá de toda religiosidad- como tácticas de resistencia ante la injusticia, la desigualdad, la violencia política, la pobreza, la soledad o el abandono del estado. Entonces Allende se vuelve refugio y esperanza. Pero también nos hace pensar en la necesidad de continuar luchando mientras vivamos, como podamos y desde donde estemos, y desde esas luchas, mantener el recuerdo de un hombre que murió luchando por defender a este país. Decimos con la plena convicción que murió luchando, pues pese a quien le pese, seguiremos convencidos de que fue asesinado por las balas propinadas por el enemigo al cual se enfrentaba.
A estos mensajes que deposita la gente debemos aludir a cartas como la que recientemente se ha publicado, la de la “Payita” a Tati Allende; o el set de fotografías de autor secreto hasta 2016, si, la del Doctor con la Kalashnikov junto a los miembros del dispositivo de seguridad presidencial, el GAP y sus colaboradores más cercanos. Se trata de la fotografía tomada por Leopoldo Vargas, seleccionada por la revista TIMES como una de las “100 más influyentes de la historia” entre una selección de registros tomados entre 1826 y 2015 a nivel mundial. O ese potente discurso de Beatriz Allende Bussi en La Habana un 28 de septiembre de 1973 cuando dijo: “Vengo a ratificarles que el presidente de Chile combatió hasta el final con el arma en la mano. Que defendió hasta el último aliento el mandato que su pueblo le había entregado, que era la causa de la Revolución chilena, la causa del socialismo”. Y agregaba: “Pude conversar un momento a solas con el presidente. Me dijo, otra vez, que iba a combatir hasta el final. Que para él estaba sumamente claro lo que iba a pasar, pero que tomaría las medidas para que el combate se librara de la mejor forma. Que iba a ser duro, en condiciones desventajosas. Sin embargo, agregó que era consciente de que esa era la única actitud que le cabía como revolucionario, como presidente constitucional, defendiendo la autoridad que el pueblo le había entregado. Y al no rendirse ni entregarse jamás, dejaría en evidencia a todos los militares traidores y fascistas.”
La Unidad Popular se impuso en una estricta legalidad: la Constitución de 1925 y obtuvo el 36,3% de los votos en las elecciones presidenciales de septiembre de 1970. Salvador Allende había recibido la investidura ratificada por una mayoría en el Congreso pleno, luego de negociaciones y acuerdos con la principal formación política, el partido Demócrata Cristiano, un acuerdo denominado “Garantías constitucionales”. Salvador Allende, fundador y militante del Partido Socialista, permanecía convencido, al igual que las direcciones del Partido Comunista, el Partido Socialista y sus distintas tendencias, corrientes y fracciones de la validez, del método no violento de acción política.
Se trataba para Salvador Allende y para la Unidad Popular de implementar bajo la ocupación de un poder del Estado electoralmente adquirido y legalmente ejercido, una estrategia de alcance internacional, una transición “democrática, libertaria y pluralista” al socialismo. En su mensaje al Congreso nacional el 21 de mayo de 1971, Salvador Allende decía: “Chile es hoy día la primera nación de la tierra a dar cuerpo al segundo modelo de transición a la sociedad socialista por la vía pluralista…” […] “Tomamos un nuevo camino, y nosotros avanzamos sin guías en terrenos desconocidos, con solo una brújula, nuestra fidelidad al humanismo”. […] “Tal es la esperanza de construir un mundo que supere la división entre ricos y pobres, la esperanza de edificar una sociedad en la cual sea proscrita la guerra de unos contra otros. Es excepcional. Este tiempo presente que nos entrega los medios materiales de realizar las utopías más generosas del pasado”[2].
Historia, memoria y política corren por carriles distintos pero articulados dialécticamente. Se condensan en una visión de la historia como proceso abierto donde un pasado inacabado puede, en ciertos momentos, ser reactivado, haciendo estallar el continuum de una historia puramente cronológica, y su interrupción repentina se inmiscuye en el presente. Es desde la “imagen de los antiguos sometidos” que puede extraer su fuerza una promesa de liberación inscrita en los combates del tiempo presente, porque la historia no es solamente “una ciencia” sino “una forma de rememoración”. La pregunta política por la historia la hace la memoria, porque la revolución no es la proyección de un futuro de continuidad y novedad, sino la disrupción en el presente del orden de la dominación que heredamos del pasado. La historia es la reflexión sobre el camino recorrido y las condiciones y decisiones que lo han definido. Allí radican las potencialidades y posibilidades emancipatorias del conocimiento histórico.
Según Walter Benjamin, escribir la historia significa entrar, en el presente, en resonancia con la memoria de los derrotados, no en conmiseración de la derrota, sino desde el recuerdo, los silencios y los olvidos que se perpetuán y surgen como “promesa de redención” insatisfecha. Quienes nos hemos sentido vencidos por la bota que aplastó y aplasta las existencias, sabemos que podemos salir de allí una y otra vez para desde las derrotas sacar lecciones y levantarnos nuevamente. No se trata solamente de aquella lucha gigantesca que nos recuerda a miles de personas marchando por este país, sino de la suma de tantas otras luchas pequeñas que en momentos de desesperanza, debido a un capitalismo neoliberal que busca aplastar los movimientos sociales, indica que podemos lograrlo porque solos y solas no estamos. Y los libros forman parte de las luchas. Por eso los quemaron, para que no pensáramos porque leer abre al conocimiento. Entonces, quienes adoptan el punto de vista de los vencedores, como historiadores, filósofos, sociólogos, políticos o académicos que se conforman con el sabor del poder, recaen siempre en un esquema providencial fundado en una interpretación apologética del pasado. Mientras que quienes se inscriben en el campo de los vencidos, reexaminan el pasado con una mirada más aguda y más crítica, para armarse de él. A corto plazo señalaba Reinhart Koselleck: “es posible que la historia sea hecha por los vencedores, pero a largo plazo, las victorias históricas de conocimiento provienen de los vencidos”[3].
Es preciso reflexionar aguda y críticamente sobre aquellos arreglos y pactos que nunca repararán lo que está irremediablemente destrozado. La historia no es lo que resta del pasado, como un antes inmóvil y descifrable en la objetividad historiográfica que relata la historia de los vencedores que nos habita y se mete en nuestros cuerpos y en nuestras conciencias. Es más bien un antes complicado, que gravita alrededor del ahora y que tiene un presente que aparece como la mejor ocasión para una rememoración activa y permanente que se reactualiza. Es por tanto en la memoria, como ejercicio político hecho en el presente y contra él, que la historia relumbra. En esta reactualización, frente al ángel desorbitado de Benjamin[4] se erige el ángel sonriente de Robert Antelme, el de la catedral de Reims[5] que llega después de las masacres para sonreír. La cadena de acontecimientos para el ángel de la historia, es pura catástrofe, y para el Ángel de la sonrisa, un signo que el hombre le hace al hombre mismo. En ambos casos, el plural complejo de la historia parece borrarse. Es necesario aprehender entonces a estos ángeles en paralelo y simultáneamente.
Los olvidados y olvidadas de nuestra historia en alguna parte nos esperan, como vencidos de ayer, para que, devolviéndoles la dignidad perdida de lo que fuera un proceso revolucionario en el que estuvieron, los traigamos al presente en el ejercicio de pensar lo político hoy, de manera radical, es decir, impidiendo que los procesos revolucionarios del pasado regresen disfrazados de arrogancia. Son los vencidos anónimos de los campamentos, las poblaciones, las fábricas, las tomas de fundos y corridas de cerco, de los pueblos alejados, de los pueblos exterminados como los pueblos indígenas y en particular el pueblo mapuche y su territorio el Wallmapu, el de cités y conventillos, de cárceles, de campos de concentración y tantos centros secretos de secuestro, de castigos y exterminios, de los combatientes de La Moneda y de la zona Sur de Santiago, de los hombres y mujeres que lucharon convencidos de que era lo que se debía hacer. Queda entonces la resistencia -en plural- la cotidiana y la de la política radical, de una búsqueda creativa que se erige como “las armas de la crítica y la crítica de las armas” en cada intersticio y cada momento de la lucha.
La rememoración crítica de la batalla de Chile y del proceso revolucionario chileno 1970-1973 no se detiene con el 11 de septiembre de 1973, ni con la rebelión de octubre del 2019. Esta puede y debe ser el punto de partida de nuevas iniciativas y confrontaciones para infligir un desmentido a todos aquellos y aquellas que han creído hacer de estas rememoraciones solo una oración fúnebre, un volteo de la página y un punto final. Que los procesos revolucionarios del pasado no terminen siendo paradas rituales de la nostalgia, exige que aprendamos de ellos. Pero esto no tiene un sentido historiográfico, sino sobre todo el sentido práctico y político que implica contradecir en el presente las contradicciones del pasado.
El presidente Salvador Allende cayó bajo las balas enemigas como un soldado de la Revolución, sin claudicaciones de ningún tipo, con la absoluta confianza, con el optimismo respecto a un pueblo, el pueblo de Chile que se sobrepondría a cualquier revés y que lucharía sin tregua hasta conquistar la victoria definitiva.
Distintas problemáticas nos interpelan a seguir auscultando aquello que se pretende mantener oculto:
- La reforma agraria: un vector para las reformas del gobierno de la Unidad Popular
- Salvador Allende Gossens y su relación con la Organización de Solidaridad de los pueblos de Asia, África y America Latina (OSPAAAL), su relación con la Tricontinental.
- Vía legal y/o Vía armada
- El rol del “poder Popular manifestado en los Cordones Industriales, en los Comandos Comunales, en los Comandos Campesinos y otras formas de organización popular
- El rol y la experiencia de los marinos y militares anti golpistas en el seno de las FFAA (1931-1973)
- El rol de la CIA y de las agencias de inteligencia en el golpe y en el asesinato de militares vinculados al gobierno de la Unidad Popular.
- Los documentos desclasificados de la CIA y de la Comunidad de inteligencia de Estados Unidos y sus vinculaciones con la derecha y extrema derecha chilena, con los partidos Demócrata Cristiano, militares y empresarios.
- El rol de la prensa conservadora y reaccionaria y sus agencias, como El Mercurio: el periodismo órganos de propaganda y sedición
- La prensa independiente y alternativa en tiempo de crisis, antes, durante y después del golpe de Estado
- Las tácticas y las estrategias de la contrarrevolución chilena y sus clases dominantes: el castigo, encierro, secuestro, exterminio y la desaparición forzada de personas.
- El capitalismo neoliberal o el modelo de acumulación capitalista que se instala con el triunfo de la contrarrevolución por medio de las violencias físicas, psíquicas y simbólicas.
- Las luchas sociales, políticas, económicas y culturales en el contexto dictatorial: las resistencias y otras formas de rebeldías.
- El legado de la Dictadura a través de la Constitución del 80: los resabios del modelo político-económico de la dictadura del capital en el nuevo proceso constituyente.
- Perspectivas criticas en torno a las batallas de las Historias/Memorias, la museificación, la patrimonalización del pasado histórico reciente que imponen lógicas victimizadoras y oculta a los resistentes y combatientes.
- Los gobiernos progresistas de la denominada “transición a la democracia” como respuesta postdictatorial y su relación con el modelo de acumulación capitalista.
- Mujeres combatientes y resistentes.
- Arte, música, cultura y contracultura en dictadura y postdictadura.
- El rol de la academia y de los intelectuales en el gobierno de la Unidad Popular, en la dictadura en la “transición a la democracia”.
[1] Textos en cartas depositadas en el Mausoleo de Salvador Allende en el Cementerio Genera editadas en el libro “Allende Vive” Municipalidad de Recoleta, Daniel Jadue, reedicion.
[2] Diario El Mercurio, 22 de mayo 1971, Santiago de Chile, “Mensaje del Presidente Salvador Allende al Congreso Nacional el 21 de mayo 1971”.
[3] Reinhart Koselleck, “Mutation de l´expérience et changement de méthode », L¨expérience de l´histoire, Hautes Études/Gallimard/Seuil, Paris 1997, p. 239.
[4] Walter Benjamin, “Sobre el concepto de historia”, en Estética y política, Ed. Las cuarenta, 2009, Buenos Aires.
[5] Robert Antelme, “El ángel de la sonrisa. Catedral de Reims”, en Robert Antelme. Textos inéditos. Sobre la especie humana. Ensayos y testimonios, Paris, Gallimard, 1996, pp. 15-16. Existe una traducción en LOM Ediciones, Chile: La especie humana, LOM Ediciones, 1999, Santiago Chile.